Regaste cada planta mientras quitabas hojas secas con la ternura de un padre que le limpia el rostro a su nene Los gatos creían era un día de fiesta y se paseaban entre tus pasos Hundiste la mano en la barriga del gordo y jugaste con los dos por vez primera quieto en la única esquina donde quedaba sol no sé si veías a los bambús a la ciudad o esas nubes que parecen cachalotes yo comía papitas y tomaba cerveza (también pensaba en la muerte)
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XXVII
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Mis betas furiosos y yo pateamos puertas a las tres de la mañana, a veces robamos botellas y figuras de porcelana. De mis padres aprendimos el valor de la soledad, a discutir los problemas en terapia y que a las poetas no hay que darles cerveza, alguna vez un hombre dijo al amanecer: “es maravillosa tu dislexia, maravillosa”, de las cuarenta y seis conquistas conservamos la importancia del tamaño, la belleza de las pecas y que el mejor fue él que no, nuestro legado son los discos olvidados en el auto madre, las multas y el camino de ropa sucia a la bañera.
XXVI
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Tocamos cada timbre de regreso a casa también intentamos robar un gato un pug porque la madruga siempre fue nuestra (siempre) quitando a brincos carteles de los postes y cuántas cuántas veces volver al oxxo por otra cajetilla de cigarrillos (el golpe de suerte que nunca nos tocó) atravesar el deportivo con los perros sin techo tras nosotros y llenar los almendros de la cuadra con papel higiénico esa era nuestra navidad
XXV
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No siempre el frio fue nuestra prisa no siempre hubo una excusa para salir a esquivar luces a giñarle el ojo a los andenes no siempre esperé tener el mismo verano en los escalones ni las noches en taxis ni las tardes en un puente no siempre un jardín un perro gris madera verde bajo mis pies no siempre no más un camino de buganvilias