Regaste cada planta mientras quitabas hojas secas con la ternura de un padre que le limpia el rostro a su nene Los gatos creían era un día de fiesta y se paseaban entre tus pasos Hundiste la mano en la barriga del gordo y jugaste con los dos por vez primera quieto en la única esquina donde quedaba sol no sé si veías a los bambús a la ciudad o esas nubes que parecen cachalotes yo comía papitas y tomaba cerveza (también pensaba en la muerte)
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XXVII
Mis betas furiosos y yo pateamos puertas a las tres de la mañana, a veces robamos botellas y figuras de porcelana. De mis padres aprendimos el valor de la soledad, a discutir los problemas en terapia y que a las poetas no hay que darles cerveza, alguna vez un hombre dijo al amanecer: “es maravillosa tu dislexia, maravillosa”, de las cuarenta y seis conquistas conservamos la importancia del tamaño, la belleza de las pecas y que el mejor fue él que no, nuestro legado son los discos olvidados en el auto madre, las multas y el camino de ropa sucia a la bañera.
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